Cuando ingenuamente Auguste Comte pensó nuestra ciencia como física social, como conocimiento que descubriría las leyes inmutables del funcionamiento social, acuño su lema “ver para saber, saber para prever”. Tiempos positivos y esperanzados. Luego, rebautizó este saber: paso a llamarlo sociología. Pocas veces reparamos en lo que nos es habitual, pero hay que reconocer que es sumamente hermosa la palabra sociología. Con la nueva denominación se.multiplicaron los enfoques y las formas de abordar la realidad social; una única en su materialidad, múltiple en su captación.

Junto a la sociología, de la cual luego se desgajó, emergió un saber científico construido para aprehender y transformar la dimensión estrictamente política de la sociedad, la ciencia política. En palabras de Sartori, esta ciencia obliga asimismo a “pensar antes de contar; y, también, usar la lógica al pensar”. Por tanto, a construir el saber científico en base a reglas metodológicas que nos permita unir el saber teórico con el empírico sobre la política y lo político.

Hoy, sociología y ciencia política se vinculan a términos que indican una realidad fugaz que se metamorfosea vertiginosamente y que no se deja captar fácilmente. Tiempos móviles e inciertos en lo social y en lo político.Probablemente será cierto que todo lo sólido se desvanece en el aire. Ahora bien, el objetivo con el que nacen las ciencias sociales es el de comprender la incertidumbre y reducir la complejidad. Quizás hoy, como en los inicios de ambas disciplinas, lo importante no sean las respuestas que se prescribieron, que también, sino las preguntas que sobre la estructura moral posible de cada época se llegan a formular. Mientras tanto, y por eso mismo, jakin eta ekin.